Tras una larga tradición histórica, de ingeniería primitiva o más elaborada, el 23 de marzo de 1857 se instaló en la ciudad de Nueva York el primer ascensor moderno, un elevador hidráulico para transporte de pasajeros. Lo de poner una fecha concreta se entiende por inauguración, es de suponer, porque el proceso de instalación de un ascensor no es cosa de un día, y menos debería serlo a mitad del siglo XIX. Pero ahí queda la efeméride.
Elisha Graves Otis, padre del primer ascensor moderno y de todos los que vinieron después, fue el encargado de diseñar este equipo específicamente para el edificio Haughwout, una construcción pionera por varios motivos. Con sus cinco plantas, no era un edificio más alto que otros de la época, pero sí bastante más adelantado en términos de ingeniería.
Cuentan las crónicas que el ascensor costó 300 dólares y que viajaba a una velocidad de 0,67 metros por segundo, impulsado por un motor de vapor desde el sótano.
De este modo, en la esquina de Broome Street y Broadway se encuentra uno de los edificios más icónicos de la historia de la arquitectura urbana en su época. Y en su interior, un auténtico hito de la ingeniería como es el ascensor que abriría camino a la accesibilidad.
Casi una atracción de feria
Se dice que el propio Haughwout pretendía que este nuevo ingenio atrajera a curiosos al edificio comercial y que, una vez allí, se quedaran a comprar mercancía. De hecho, se consideraba que con cinco plantas no se requería un ascensor. Así que el avanzado elevador actuaba más como reclamo que por su función original. Aunque ya que estaba allí, pues te libraba de las escaleras, claro está.